sábado, 12 de julio de 2008

Algunos recuerdos y hombres de plástico...

Llegaba del colegio a las 12 y 45 minutos del mediodía. Las monjas me habían liberado y yo me sacaba el guardapolvo y me iba corriendo a la casa de mi abuela. Tengo claros recuerdos al cruzar el portón que separaba el patio de mi casa del breve caminito hasta la puerta de su cocina. No puedo olvidar el olor de sus comidas. La sopita de cabello de ángel, las salsas rojas sabrosísimas, la cremita dulce de vainilla, los "libritos" que formaba el ázucar quemada al caer sobre los postres, las galletas chatas de mi pueblo. No puedo olvidarme de mi abuela.
A la siesta, no dormíamos siesta. Nos íbamos debajo del árbol de naranjas y ella me invitaba, a escondidas, con masitas mojadas en cerveza fría. No se han borrado esos momentos de mi cabeza. ¡Mojar la galletita en el vaso largo lleno de ese líquido rubio!. Riquísimo, siempre deseo repetir la experiencia. Tampoco olvido que, en ese mismo lugar, mi abuela pelaba las gallinas que ella misma mataba con gran maestría y yo desarrollaba mis juegos favoritos con gran cautela y estrategia. Cada tarde debía instruir a mi ejército de hombres para que salvaran al mundo de todas sus maldades: mi grupo de granaderos a caballo, mi batallón de soldados, mis cowboys armados con doble pistola. Nunca olvido, nunca olvidaré todo eso. Ya no está mi abuela, tampoco están mis soldados que un día decidí amontonar en una pila grande de hombres de plástico y los quemé a todos, con rabia por su muerte, en un lago eterno de plástico derretido que taparon todas mis tristezas pero no mis recuerdos...

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